domingo, octubre 04, 2009

La distancia


No podía creer que era el eco de su voz el que se rompía en sus pasos. Lotario llevaba la cabeza baja y pensaba -como siempre- en esas cosas que a Pallas muchas veces creía aburridas y otras tantas estúpidas.

- ¡Lotario, Lotario! -rompían las olas de sus labios- ¡¡¡oye!!! -Terminaron de romperse-¡Ya va media cuadra que te voy llamando!- con un pie detrás del otro y una distancia calculable a simple vista de dos metros y medio, un encaje de rostro que podía describirse con unos pocos armónicos trazos precisos: para los ojos, para la nariz y para la boca, y el canto lejano de una avecilla del parque -quizás un tordo- que se fundía en esa distancia de dos metros y medio que los unía y a la vez los separaba. Lotario se quitó los audífonos, giró y sonrió al ver los pasos alargados que corrían en esas piernas delgadas y forradas de cuero. Pallas no era una mujer que sería fácilmente considerada bella, era de gracia simple pero tenía un corazón esplendoroso de calidos pensamientos y sentimientos.

- Media hora tarde -Dijo Lotario, mientras llevaba las manos a los bolsillos del pantalón- como dijiste, me alegra que cumplas lo que dices, mujer. El rostro de Pallas poco a poco iba tomando el color dorado del atardecer; ella se llevó la mano al pelo, donde los cabellos se enredaron curiosos al sentir sus dedos. Despeinada, agitada y quizás algo sedienta, se detuvo jadeante frente a Lotario. Él, por otra parte, había sacado dos cigarrillos y un encendedor, encendió ambos en sus labios y tomando delicadamente la mano derecha de Pallas, dejó uno entre sus dedos - Cuando uno está enamorado no piensa mucho, ¿no? - le dijo mientras sentía el tibio calor que desprendían sus manos, esas manos suaves, esas manos suyas que aplacaban en Lotario, el frío del viento que ahora jugaba a confundirse con los cabellos de Pallas.

Y la besó.

– ¿Nos vamos? - Dijo Pallas - y Lotario no dijo nada, solamente caminó hacia donde creía que el sol se ocultaba. No con mucha confianza todavía, Pallas se aferró al brazo izquierdo de Lotario; ella parecía una niñita que estira los bracitos para lograr el favor de la madre, y el sentía el clima cambiar sobre su cabeza, imaginaba las nubes e imaginaba el sol…mientras tanto, ambos cogían lo mejor de ese sublime silencio que poco a poco se iba formando entre ellos.

Caminaron muchas calles hasta que notaron que jamás alcanzarían el ocaso. Una banca, cigarrillos y un atardecer memorable. - Falta un vino- dijo Lotario y se acomodó en la banca junto a Pallas. Ella se apoyó sobre el hombro de Lotario con gracia felina; y mientras fumaban Pallas levantó las manos se puso a apuntar hacia una nube que todavía flotaba en el cielo y siguiéndola con la vista y la punta de los dedos, preguntó despreocupada, pero curiosa:- Oye, ¿En verdad no me escuchaste cuando te llamé la primera vez hoy en la tarde? Llamé lo suficientemente fuerte como para que olvides que llevabas audífonos.
- ¿La verdad? -Dijo Lotario y doblando la cabeza para mirarla, sonrío.
- La verdad. -Dijo severa Pallas, pero ella aguardaba con más curiosidad que severidad, sin embargo no era una curiosidad morbosa, no, era más bien la misma curiosidad de mujer que llevan todas, esa que hace que los hombres repitamos una y otra vez las cosas que sentimos o que pensamos, la misma que lleva una mirada fugaz de viento y con un rosado sediento en los labios de la espera. Lotario miró hacia el frente, hacia la calle húmeda y observando cómo una paloma cruzaba el camino mientras otras veinte volaban sobre ella, observó los dedos de pallas trepando las nubes y la luz de un último rayo de sol cuando se volcaba sobre sus labios. Fue entonces cuando notó que los ojos de Pallas brillaban tanto como ese recuerdo dorado con el que soñamos todos: ese segundo que se vive toda la vida, ese recuerdo que supera todo y se torna inmortal en la mente de un solo hombre y una sola mujer; él la miró y dijo sin dudar: - Es por la ternura que depositas en mi nombre cuando me llamas.

De pronto mucha gente comenzó a llenar las calles de la ciudad, numerosas personas caminaban por la calle que les veía, unos tristes, unos pobres, otros felices y varios amantes, y mientras Pallas le miraba con ternura, habían hojas que caían sobre el pavimento, luces de la ciudad que comenzaban a encenderse, el humo del cigarrillo de Lotario formaba unas curvas imposibles y etéreas desde sus dedos, el mundo se poblaba nuevamente de vida, de rostros y enigmas. Lotario sintió por un segundo, que esa masa de carne sangrante, latente e incontenible de dudas paraba de hacer tanto bullicio al encontrarse con esa cosa que algunos llaman quimeras, brujerías, temores y que algunos simplemente llaman L’amour.

- Vive mi boca dentro de la tuya. Dijo Lotario después de un par de minutos, quizás dos; y Pallas, complacida e irreal; fingida sobre ese holograma que juntos había inventado, tan irreal como increíblemente feliz dijo:
- ¿Qué?
- Consumo, por lo menos, tres segundos en decirlo… vive mi boca dentro de la tuya y son las mismas palabras que desconcuerdan y desafinan la melodía del significado latente en su vida, mi boca vive dentro de la tuya. Y son cortadas de raíz las formas simétricas/deformes de sentido al verse amarillas en tu significado: vive tu boca tuya dentro de la mía y la mía va calmando la sed del llanto a la que algo le susurras al pasar, a la que atraviesas con la mirada salvaje y el recuerdo confundido en venganza y cordura: de mi la boca, tu boca vive tuya… dentro o fuera de dos medios vasos y dos cometas alados de tiempo y bruma, de tiempo y espuma… mi boca burbuja, tu boca espuma, dentro de la bruma, la tuya o quizá, más frecuentemente, la mía.






A ver... a ver el fin como va??