lunes, junio 02, 2008

Un puñado de polvo




II





Antes de que las mariposas recuperen el calor que diariamente necesitan para volar, antes de que ese horizonte nuestro se percatara de que se prende en llamas, los niños se levantaron de la cama -que no era exactamente una cama, era algo parecido a un torbellino de pieles que los mantenía tibios- Eran siete niños de un aspecto flemático que confundían sus cuerpos con la sombra y su hambre con el sueño.


Voces rompen la oscura y silenciosa simetría original de la habitación.


El primero debía ser una niña, pero la verdad es que aparentaba ser un hombre robusto de pecho amplio, el segundo parecía una llaga abierta, el tercero un soplo de viento, claramente, el cuarto es una niña, morena y delgada que tiene el rostro lleno de vida todavía. La siguiente es otra niña, esta lleva una sonrisa blanca en su rostro tibio, el siguiente es un niño de pelo rizado que llevaba la inocencia en medio de los ojos y el último pecado tiene los pies descalzos sobre el piso de tierra, parece un fantasma.

El padre se levanta de una nube de polvo, parece un hombre de greda, grave y soberbio.

Calienta el agua. Los niños salen en silencio, uno tras otro.

Nuevamente el rojo se ha puesto de lado de la eternidad, siempre hay cosas nuevas en el cielo, esta vez es más fuego que rojo y ensueño. Las nubes impiden que la luz de sol llene de calor el camino. Los piecitos descalzos del último niño estaban rojos como las patas de las palomas, y en ellos una mancha negra de suciedad aparenta ser un conejo.

Subieron a un autobús que llevaba el número uno en la parte de atrás, era un viejo conocido el que les llevaba en esta ocasión.

- Buenos días don Agustín.
- Hola, ¿¿Cómo están niñitos?? –Preguntó con cierto dolor en su aliento, quizás ellos inspiraban lástima ante sus ojos, quizás sólo un momento de dolor atrapado en su garganta, quizás una simple herida en su sombra le palpitaba, pero a su bolsillo no le importaba que le oprimieran el alma. Les cobró el pasaje acostumbrado.
Jemina, que era la mayor de todos y llevaba al más pequeño en los brazos, con una postura en la que más bien parecía estrangular al niño en lugar de protegerle, le alcanzó unas monedas. Se calló y condujo velozmente a sus hermanos hasta el fondo del autobús. Ahora el frió sólo es parte de los recuerdos invernales, que pronto acarician la piel de la gente, a las puertas de junio.

Triángulos, perfiles claros y esferas negras dominan el paisaje gris, los conos gigantes se dispersan como árboles, hay afuera sombras que van de mano en mano, delgados perfiles que cortan los objetos en mitades iguales.

- Lo mágico de las estrellas es que todas parecen vivas.

Jemina se despierta, había soñado mucho, y sus hermanos ya estaban inquietos revoloteando por el autobús. Llegaron rápidamente al centro de la ciudad.

En un puesto del mercado, al centro de la ciudad, en un rincón oscuro, pero el mismo puesto, espera la madre de los niños, es Ana María Moreno Cruz, una mujer de manos graves y que aparenta unos treinta años, llena de manchas en la cara, seguramente golpes.

- Ya, de una vez. Jemina, toma anda a vender esto al mercado, sentadita como siempre.
- Ya. (es como si Jemina no viviera)
- Llévate a Juda contigo.

En un vacío increíble y con los ojos puestos en las miles de sombrías formas que recorren el mercado. Los demás hermanos se mueven en medio de ellas. Todos se alejan de Jemina. Ella se dirige al rincón, que se ha acostumbrado a su forma, en busca de terminar con la labor que su madre le ha encomendado.

Sentadita sobre una bolsa de mercado (una de esas que aún se usan en las casas para hacer las compras) ofrece unos frutos brillantes que despiden un olor fragancioso, claro y profundo, describen curvas en el aire, contraen los pulmones de los pasantes.

Son nísperos y membrillos.

Se escurren las personas, unas compran, otras no. Unos le miran, otros no. Se escurre de sus dedos los dedos de Juda, que con los pies descalzos y rojos como las patas de las palomas, corre libre en el patio principal se siente un hombre listo para iniciar su vida. Un rayo de sol traza sobre el rostro de Juda, un brillo con fulgor glacial. Jemina se levanta y le lleva nuevamente a su lado, cerca, para que nunca se pierda.

Una hermosa, mujer de ropas poco coloridas y con un sombrero a pesar de que no había sol, pasa por su lado. Jemina por un momento desea ser ella.

- Llena seas de gracia.

Dice suavemente Jemina para sí misma. El pequeño Juda mira la frente de Jemina como a una luciérnaga en la noche más oscura, es más que una hermana, es la definición perfecta de madre. Le abraza. Ahora Jemina no sabe más que llorar.

Pedazos de cielo se precipitan uno tras otro, y los que se estrellan contra los cuerpos secos de los hombres, se transforman para poder llegar a acariciar suavemente la piel tibia de la gente. Muchos huyen, otros se ocultan, otros aguardan en silencio.


hoy era el cumpleaños de mi viejo, que falleció ya hace un año.

pena de gallo.

9 comentarios:

Gittana dijo...

Ash!!!! no pude ver el video... mala señal de internet aqui...

Gittana dijo...

lAMENTO LEER LO DE TU PADRE.

BESOS TRITECILLOS.

GRACIAS POR EL HERMOSO COMENTARIO EN MI BLOG.

SÓLO EL AMOR ES REAL dijo...

te bendigo a ti y a tu padre. El está contigo siempre.

Y sobre la tierra santa..Si la verás, está dentro de tí, búscala en amor...

Bendiciones

Isaac

Polux dijo...

y al final la vida sigue igual

Dinora dijo...

Que el recuerdo de tu padre perdure siempre contigo...

Respecto al relato, hay tormentos que no alivian ni los trozos de cielo

Saludos!

tchi dijo...

Me encanta mirar las mariposas buscando la luz.


Besos.

tchi dijo...

Padre es padre y sólo en el corazón es posible mantenerlo presente cuando su casa es llena de azul para siempre.

Muy unida.

Un abrazo fuerte.

Polux dijo...

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Polux dijo...

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